Prácticamente toda mi vida tuve pensamientos suicidas. La primera vez que lo pensé tenía once años. Estaba muy decidida a morir, no a esa edad, sino más adelante. Tenía asumido que no iba a pasar de los veinticinco años o, al menos, que no llegaría a los treinta. Allí mismo mi mamá me mandó a terapia con una psicóloga que me hizo descubrir esa profesión y me hizo decidir estudiarla yo también. Salí renovada de ese tratamiento, con otra perspectiva... No duró mucho. Cinco años después me veía inmersa en una relación abusiva con una pareja que me trajo ganas de atentar contra mi vida otra vez. Dejarlo no era opción porque le tenía terror, así que, prefería acabar con mi vida. Mis papás lo superarían algún día y él también. Ahí volví a terapia, volví a descubrirla y volví a tener esperanzas que tampoco fueron para siempre. A mis veinte años la dinámica de mi familia cambió muchísimo, tanto que no la pude soportar. Retomé terapia aunque estaba decidida a morir. Me faltaba descubrir cómo, porque la idea ya la tenía. Me daría pena por mi gato y en última instancia por mis papás, pero tenía fe de que lo superarían algún día.
Toqué fondo un domingo a la noche cuando llamé a mi psicóloga para despedirme. Tuvimos una charla larga, muy larga, en la que me derivó con una psiquiatra. Debo decir que estas dos mujeres me salvaron la vida y al día de hoy les agradezco mucho seguir acá.
¿Qué hay para aprender de esto? No lo sé, pero yo aprendí que siempre hay gente dispuesta a escucharte, a la que le interesas de verdad (aunque pienses que no), a que uno no quiere dejar de vivir, sino dejar de sufrir... Que el suicidio es una decisión permanente para un problema temporal.
Me refugié en mis gatos, el tratamiento psiquiátrico (del qué ya fui dada de alta exitosamente), en la terapia y en mi familia. Todos los días agradezco no haber tomado esa decisión porque por suerte mi vida cambió para bien. Aún falta, como todo, pero ya no estoy dónde estaba antes. ¿Saben lo importante que es eso? Hoy no estamos dónde estábamos antes, significa que seguimos avanzando, que nos seguimos moviendo, y, para hacer eso, hay que ser fuerte. Muy fuerte.
Las buenas llegan. Te lo juro
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